31 de diciembre de 2009

Lizzie II


Las noches le caían bien. Era muy amante a quedarse en casa en lugar de salir, pero eso no significaba que no le gustara observar la luna desde su ventana, mientras su té caliente humeaba.

Los días ya eran distintos. Tenía que levantarse, generalmente, salir de casa y siempre se te veía. No había ninguna sombra que pudiera esconderte de ciertas personas. Y era un asco.


Aún así, aquella mañana se levantó de un humor distinto. No le molestó al tener que vestirse para ir a comprar (generalmente se ponía a gruñir), ni tampoco cuando cuando se sentó en el coche y vio que no tenía gasolina, lo que tenía que mandarla antes a la gasolinera, dónde siempre había unos jóvenes pervertidos que ella odiaba.
Después de 'cargar' el coche, puso su música preferida y se encendió un cigarro. Sabía que iba a haber atasco, y no encontraba una forma mejor de encontrarse entretenida. Tampoco es que le encantase fumar, pero, siempre caía algún cigarro una o dos veces a la semana. Nadie sabía ese pequeño vicio, aunque creía que no era interesante para ningún individuo. Al llegar, aparcó el coche lo más cerca de la salida del parking, se apretó la coleta que se había hecho (por pereza a peinarse de una forma más decente) y bajó del coche, colocándose su pequeño bolso de lado, para que no le molestase el que se resbalase de sus pequeños y delgados hombros. Y entró, con una casi inexistente sonrisa.

Walking disaster

30 de diciembre de 2009

Lizzie I


Su nombre era Elizabeth, pero le gustaba que la llamaran Lizzie. Sonaba mucho menos serio y algo más agradable. Era tachada de muchas cosas a la primera vista que la gente le echaba, pero a ella no le importaba lo que soltasen aquellas lenguas envenenadas; sabía que en algún momento se la morderían y tendría que tragarse sus mentiras y malintencionadas palabras.
Fuerte y segura. Unos de los aspectos más fuertes de su personalidad. Fría y algo psicótica. Los malos.
¿Pero qué le importaba? Era un alma solitaria que buscaba encerrarse en su propia burbuja y no salir nunca más.
No le gustaban las fiestas. Odiaba el contacto excesivo. Rechazaba cualquier relación.
Su miedo no se lo permitía.
Miedo a que pudiesen hacerle daño; miedo a que rompiesen aquella cáscara en la que se mantenía oculta; miedo a que la gente no pudiese aceptarla como verdadera mente era.

Le gustaba tocar la batería y la guitarra.
También adoraba la toma de fotos y observar a la gente caminar por el parque. Siempre que se dirigía allí, le gustaba sentarse en un banco y mirar a todos lados, inventándose una historia sobre cada peatón. Historias entrelazadas y con algún que otro ingrediente morboso.
Siempre había creído que era diferente. Siempre se lo habían dicho.
Pero nunca, nunca había sabido encontrar ese 'algo'.
¿Por qué?
Porque lo rechazaba todo. Al mundo. A las personas. Y, sobre todo, a sí misma.

Say I don't wanna be in love