28 de julio de 2010

Like shooting stars.

Laura miró el reloj, nerviosa, por quinta vez en seis minutos. ¿Le habría dado plantón? ¿O, simplemente, se estaría retrasando?
Volteó la cabeza hacia el atardecer y se quedo observándolo, casi hipnotizada.
Apenas se dio cuenta de otra presencia, hasta que la misma le plantó un beso en la frente. Sonrió, bajando la mirada y se cercioró de que era él.
- ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este? -la burla se mezclaba con la dulzura en su voz.
- En busca de estrellas fugaces. Deseos invisibles. ¡Polvo de hadas para ir a Nunca Jamás! -rió, sorprendida de si misma por sentirse tan cómoda.
Él se únió a ella, poniendo una mano en su frente, con gesto dramático.
- ¿Desde cuándo has vuelto a creer en hadas y duendes, pequeña Laura? -preguntó, algo ofendido.
- Desde que tú te colaste en mi vida y decidiste hacerme ver más allá, querido Mark. -declaró, girándose para impedir que él se percatase el sonrojo naciente en sus mejillas.
Cuando ella iba comenzó a caminar, el susodicho la agarró con fuerza por una mano y echaron a correr hacia la Luna. Hacia el fin del mundo. O hacia Nunca Jamás.

"Let me breathe this clean bright light surrounding you."

14 de julio de 2010

Encounter with an angel.

El pelo ondulado de un tono castaño. Los ojos redondos y azules reflejaban un brillo de inocencia. Sus largas pestañas enmarcaban lo anterior, añadiéndole sensualidad. El tono de su piel era blanquecino, como la porcelana. Tan frágil y tal brillante como la misma.
Y aquel sombrero extravagante le daba un toque especial. La chica del sombrero extraño.
Seth apenas pudo seguir andando cuando la observó en la acera de al lado, con las mejillas sonrosadas y una dulce melodía que salía de sus labios, formando una risa.
La observó, ensimismado en sus movimientos de bailarina, como se deshacía del gorro en su cabeza y abría la puerta de una cafetería de estilo victoriano.
Sin dudarlo tan siquiera un segundo, cruzó corriendo el tramo que lo separaba de aquel lugar y, movido por su instinto, atravesó el umbral. Sus ojos se encontraron con una pequeña y acogedora estancia, con muebles rústicos y algunas mesas colocadas a la derecha, junto a una gran ventana. La barra se encontraba en el lado contrario, donde se movían algunas camareras, haciendo café, preparando desayunos o, simplemente, hablando en la zona de la caja registradora.
Y fue allí donde la vio. Ataviada con un delantal y corriendo de arriba abajo.
Seth se sentó rápidamente en una de las mesas y esperó, sin apartar la mirada de aquella joven desconocida.
Para su sorpresa, fue ella la que se acercó para tomarle nota.
- ¡Muy buenos días! -exclamó ella, regalándole una sonrisa-. ¿Desea tomar algo el caballero?
Seth sonrió, algo confuso. Parecía que aquel no era el que solía ser.
- ¿Qué me recomiendas? -respondió, de forma rápida- Y espero que no me decepcione...
- Nuestra especialidad es el café. Aunque también hacemos un pastel de manzana que está de muerte. -recomendó, intentando contener la risa.
Esto último lo dijo con un cierto tono divertido, lo que causó el mismo resultado en el susodicho.
- Que sea una cosa de cada, entonces. -indicó, echando una breve mirada al menú.
La joven apuntó el pedido y se alejó, no sin antes mirarlo por una última vez y sonreírle.
Mientras esperaba, Seth ordenó sus pensamientos y apenas daba crédito a lo que había hecho.
¿Qué lo había promovido a entrar allí tras ver a aquella chica tan hermosa?
No conocía la respuesta pero, reconoció que, mientras la seguía con la mirada, no tenía tampoco intención de buscarla.

20 de junio de 2010

I've got a secret.

La luz del amanecer comenzaba a colarse por entre las rendijas de la persiana bajada. Se removió, un tanto incómodo en la cama deshecha, intentando volver a dormirse, aunque sabía que aquella batalla ya la había perdido desde el momento que sus ojos claros se toparon de nuevo con el pálido techo.
Un tanto malhumorado, Seth se levantó de la cama y miró a su alrededor, un tanto confuso. El caos que reinaba en cada rincón le hizo sonreír y recordar la noche pasada. ¿De verdad se había emborrachado tanto como para liar tal barbarie? Soltó una risa irónica y se acercó a la mesilla, con la intención de encenderse un cigarrillo. Mientras se encontraba en pleno proceso, escuchó a su espalda un bostezo, seguido de una risilla traviesa. Se giró a tiempo para observar, encima de su cama y tapada por la fina manta, a una joven de cara aniñada. La silueta de su cuerpo se marcaba, formando un excitante escenario para cualquier hombre; pero Seth ya había disfrutado de ese manjar, y no pensaba volver a repetir.
- Buenos días, cariño. -susurró la chica, echando su larga melena hacia atrás. Su provocación era poco sutil.
- Será mejor que te vayas. Tengo que ir a la facultad. -el susodicho se levantó y caminó hacia la ventana.
- Oh, vamos -ronroneó ella-. ¿No deseas pasarlo tan bien como anoche?
- Creo que "tan bien" no puede definir lo que ocurrió. Estuvo bien, nada más -se giró y la miró a los ojos durante unos segundos- Ahora, vete.
La chica se levantó, enfurecida, y comenzó a recoger su ropa esparcida por la habitación. Seth la observaba impasible, mientras la nicotina recorría cada poro de su cuerpo. Un brillo de diversión se reflejaba en sus fríos ojos grises, debido a la reacción que tan bien conocía por parte de ellas.
- Eres un maldito capullo. -escupió la chica, mientras se calzaba sus ataviados tacones oscuros.
- No esperaba menos. -él sonrió ante el cumplido que este insulto conllevaba.
La joven, cuyo nombre no recordaba ni deseaba hacerlo, se levantó, ya vestida y preparada. Comenzó a caminar hacia la puerta de entrada, taconeando furiosa el parqué del suelo. Aún con la mano en el pomo, se giró y, irradiando sentimientos de odio, se dirigió por última vez a Seth.
- Algún día conocerás a alguien especial, te enamorarás y espero estar delante para cuando te jodan el corazón -apenas sonó como un susurro, pero el susodicho pudo escucharlo perfectamente-. Cabrón.
Acto seguido, la chica desapareció, como muchas otras tantas lo habían hecho en su vida.
Seth se volvió hacia la ventana y comenzó a observar el cielo. Las últimas palabras de la joven rondaban por su cabeza. Los recuerdos se agolpaban en el muro de su mente, a punto de salir a la luz de nuevo.
"No. Eso no ocurrirá otra vez."
Le dio la última calada al cigarro antes de tirarlo. Meneó por un momento la cabeza, espantando todo fantasma del pasado, y cerrando la llave de sus emociones.
No. Eso no iba a repetirse jamás.

15 de abril de 2010

- Siempre apareces cuando menos me lo espero; cuando estoy pensando en todo el mundo, excepto en ti. Cuando tapo mi rostro con las manos, noto una brisa y al instante, ¡pum! Estás ahí. ¿Cómo lo haces?
Mark apenas se inmutó ante la pregunta. Marcó una sonrisa en su rostro a la par que se giraba a mirarla. Ella se mantenía ocupada observando el ir y venir de las ola. En unos segundos, sus miradas se cruzaron, y el mundo se paró en sus manos.
- Laura, -apenas susurró él-. ¿crees en el destino?
La susodicha siguió observándolo, sin saber que contestar. ¿Qué podía decir ella sobre eso?
Hizo un ligero movimiento con los hombros dando a entender su inexistente respuesta y volvió a fijar su mirada en el azul que se extendía ante ella. El viento traía una agradable melodía consigo.
But you know, you know, you know.
- Yo sí creo en el, ¿sabes? -Marck rió de forma serena, al compás de la música.
That I wanted.
- ¿Hablas en serio? -Laura se giró a observarlo, interesada.
I wanted you to stay.
- Sí -asintió él, fijando su mirada en la de ella-. ¿Y a que no sabes qué más?
Cause I needed.
- ¿Qué? -preguntó. El viento mecía sus cuerpos. Sus ojos se mezclaban. Sus respiraciones se acompasaban.
I need to hear you say:
- Creo que tú eres ese destino.
I love you. I have loved you all along.

31 de marzo de 2010

Sorry.

- ¿Quieres ir a comer o algo así?
Anne lo observaba con una sonrisa de oreja a oreja, mientras bajaban los escalones del antiguo edificio, dirección a la civilización.
Adam bajó la cabeza en un rápido movimiento que no paso inadvertido por ella.
- Bueno, puede que sea un poco tarde para comer, pero igualmente, no hemos tomado nada desde esta mañana, ¿no? -esta enarcó una ceja, un tanto desconcertada.
- No es eso, Anne, tengo que irme -contestó él, pasando por su rostro una sombra de arrepentimiento-. He quedado.
Anne apenas pudo reprimir el hecho de que su sonrisa de desdibujara tan rápidamente. Intento, aún así, posando una mano en el hombro de Adam, reír y animarlo.
- No te preocupes, es culpa mía. Debo de darme cuenta de que todo el mundo no le ocurre como a mí, que tiene planes y esas cosas -río de una forma un tanto falsa. Se alejó un paso y lo observó-. Saluda a tus amigos de mi parte.
- No he quedado con mis amigos, Anne -contestó el castaño casi al instante, con la mirada fija en la expresión de la susodicha-, si no con Sara.
En ese instante, fue como si la golpeasen en el estómago con un gran bate de béisbol. En su interior se rompió algo. Todo se volvió más frío, más oscuro y más deprimente.
- Vaya, entonces..., adiós. -deseaba largarse de ahí lo antes posible para que Adam evitase ver sus lágrimas.
- Anne,... ¡Anne! -él la cogió por la muñeca e intento hacer que lo mirase-. Lo siento, ¿vale?
Esta se giró finalmente y dejó ver pequeñas perlas resbalar por sus mejillas. Lo miró casi con odio.
- ¿Qué es lo que sientes, eh? -le gritó, con la angustia como principal ingrediente.
- No lo sé. -apenas susurró él.
Anne se soltó con un movimiento brusco de la mano de Adam y comenzó a correr.
El viento le ayudaba en su camino de huida y eso era, casi, como un alivio.
Deseaba desaparecer, esconderse. Volar a un lugar tan lejano que nunca, nunca encontrase el camino de vuelta.

27 de marzo de 2010

Do you know? II

- Siempre he sido una persona muy frágil, aunque en el exterior intente formar una gruesa cáscara que me proteja. -las palabras se deslizaron lentamente por los labios de Lizzie, como si le costase afirmar aquel dato de su personalidad.
Alex levantó la mirada y la observó delante de él, con los rayos del atardecer de fondo, perfilando su delgada y pequeña figura. Las manos se movían inquietas cerca del pecho. Sus ojos se encontraban clavados en el suelo, sin que hubiese apenas nada que los levantase.
- Lo sé -respondió él, aún con la vista fija en ella-. Me di cuenta de ello desde la primera vez que te vi.
Lizzie levantó la mirada un tanto sorprendida. Pero la bajó transcurridos unos pocos segundos.
- Lo que no consigo adivinar es el porqué de esa actitud tuya. -Alex parecía sumido en sus pensamientos, con las cejas ligeramente fruncidas.
En aquel instante, la pequeña chica rubia levantó la mirada y la clavó directamente en los ojos de él, por primera vez en todo el día. Alex no pudo más que sorprenderse ante lo que estos reflejaban.
Pena. Tristeza. Vulnerabilidad.
Ayuda.
Las lágrimas comenzaron a recorrer el rostro de Lizzie, intentando esta taparse para ocultar lo que ya era demasiado evidente.
- Lizzie... -él se acercó unos pasos hacía ella, con el ademán de protegerla.
Después de ese movimiento de acercamiento, ella rompió las reglas establecidas y se echó en sus brazos, aún sollozando y tiritando. Apoyó las manos en su pecho y cerró los ojos con fuerza.
- Por favor, Alex, por favor... -suplicó esta, con la voz ahogada por los sollozos que golpeaban su pecho en intervalos de un minuto.
El susodicho formó una triste sonrisa en su rostro y la rodeó con los brazos.
Observó el horizonte, en total silencio.
Minutos después, Lizzie se calmó, pero no se movieron de su posición. Notaban el frío que les iba envolviendo por culpa de la llegada de la noche.
Pero se encontraban bien. Calientes. Reconfortantes.

"Gracias".

24 de marzo de 2010

Do you know? I


- ¿Crees en la magia de las estrellas?
Lizzie expulsó el humo de su interior y lo miró un tanto dubitativa, sin saber que decir.
- Creo en lo que veo, en lo material y en algo un poco menos incorpóreo, quizás.
Alex bajó la mirada y una pequeña risa comenzó a emanar de su interior. Lizzie lo observo con el entrecejo fruncido y una mano en la cadera, con ademán agresivo.
- ¿Te estás riendo de mí? -lo desafió con la mirada, aunque en el fondo se estaba muriendo de la vergüenza.
- Disculpa, pero no pareces ese tipo de persona, ¿sabes? -su voz se volvió algo más tranquila y dulce, y una sonrisa se plasmó en su pálido rostro-. Cuando te observo, das la impresión de vivir en un mundo aparte, de soñar con mundos iluminados por tu sonrisa. Tus ojos son directos, pero generalmente se encuentran observando el cielo, sea de día o de noche; como si quisieran despegar en cualquier momento y convertirte en un ángel. Además, cuando sonríes se te forman esos adorables hoyuelos que intentas tapar con la mano.
- ¿Y qué importancia tienen los hoyuelos en este caso? -preguntó Lizzie, con un leve rubor en sus mejillas y una indudable sonrisa de niña.
- Me gustan. Me encantan. Me hipnotizan. -comenzó a calificar Alex, clavando sus ojos en los de ella y cogiendo la mano con la que esta se tapaba la boca.
- Bobo. -susurró la susodicha, subiendo la vista al cielo para intentar borrar la rojez en su tez.
Y Alex también miró las estrellas, en una noche fría de invierno.
Pero aún así, unidos por un lazo ardiente.

Forever isn't long enough in the company of you

5 de marzo de 2010

Fool.

Anne sabía que llegaba horriblemente tarde. Sabía que las manecillas del reloj no corrían en su favor.
Pero también sabía que él la estaría esperando debajo de aquel viejo álamo, con la mirada perdida en el cielo azul, buscando típicas ideas de artista en su cabeza de chico bohemio, como solía describirlo él.
El viento frío cortaba su cara y parecía ponerse en contra de su destino, pero ella sacaba fuerzas de flaqueza y sus delgadas piernas resbalaban por las mojadas calles de una abarrotada ciudad.
Pero no podía pararse a descansar. Debía llegar. En ese momento.

Por fin, comenzó a divisar la entrada poblada de árboles y arbustos de la pequeña y hogareña biblioteca. Buscó a Adam con la mirada, pero no parecía estar por ninguna parte.
- Vaya -Anne se llevó una mano a la cabeza y la deslizó por su pelo, mientras calculaba el tiempo de su tardanza-. He llegado tan tarde que ha decidido irse.
Una pequeña sombra de decepción cruzó su cara y se sintió verdaderamente mal durante unos instantes; todos aquellos que transcurrieron desde su llegada al lugar de encuentro, hasta que unas cálidas manos taparon su campo de visión.
- ¿A qué no adivinas quién soy? -su risa era reconocible-. No vale hacer trampas.
Anne comenzó a reír y apartó las manos de él para girarse y observarlo tan risueño y tan alegre como siempre. Desde el primer día que lo había conocido.
- Pensaba que te habías ido. -susurró la morena, con un deje de su antigua tristeza en la voz.
- Había ido a comprar una bebida mientras te esperaba -contestó Adam mirándola directamente a los ojos-. No podía irme. Había quedado contigo, ¿no?
Anne apenas pudo reprimir una sonrisa que marcó su rostro por el resto del día.
- Idiota. -susurró ésta.
De repente, un trueno interrumpió su conversación y, de un momento a otro, comenzó a diluviar de forma bastante fuerte. De forma instintiva, Anne se llevó las manos a la cabeza, pero su acompañante fue más rápido y la cogió por una de las manos, arrastrándola hacia el interior del viejo edificio.
La morena apenas pudo pensar en nada tras el primer contacto de las dos extremidades.
Sus ojos brillaban por la sorpresa.
¿Qué era eso que estaba ocurriendo?
El viento azotó sus cuerpos.
- No salgas volando. -se giró a gritarle él, con la euforia de un niño pequeño.

"No salgas volando."

27 de febrero de 2010

Por favor.

Hacía frío. Mucho frío.
¿Podría ser de la temperatura ambiental o, quizás, eran los grados a los que se encontraba su corazón?
No podía aguantarlo más.
Había huido, en busca de una nueva vida. En busca de algo que la motivase a continuar. Pero lo único que había conseguido era alejarse más aún de lo que quería.
¿Dónde se encontraba? ¿Qué hacía?
Laura no sabía contestar a aquellas preguntas.
Lo único que sabía hacer era temblar y llorar amargas lágrimas que quemaban su rostro marcado por el dolor.
Paró su caminata por la arena y se arrodilló, intentando esconder su rostro a la humanidad. Sus brazos se ceñían a su propio cuerpo. Las convulsiones volvían en intervalos cortos de tiempo.
"Ayuda" pensó, con la mirada perdida en el despejado cielo azul "Lo único que necesito es un poco de ayuda".
Una mano consoladora. Una sonrisa conciliadora. Un "Tranquila, Laura, ya pasó".

- Por favor, deja de llorar.
La rubia subió la mirada, anegada de lágrimas gruesas y cristalinas.
"¿Mark?"
- Cógete de mi mano. - ordenó él mientras se la extendió para ayudar a levantarse y le sonrió, de una forma limpia y dulce.
Laura obedeció y al levantarse, sus manos quedaron unidas. La susodicha no podía apartar su mirada de él y apenas podía emitir ningún sonido.
- ¿Ves? Sin llorar estás más guapa -Mark volvió a sonreír y la miro, esta vez, con tristeza en sus ojos-. Tranquila, Laura, ya pasó.
Laura se quedó con los ojos como platos. Boquiabierta. Una lágrima perdida recorrió su mejilla.
Se apoyó en su pecho y comenzó a llorar de nuevo.

"No te vayas. Por favor."
Por favor.

19 de febrero de 2010

Before the disaster.

- ¿Crees de verdad que no lo sé? -una risa sarcástica se escapó de su mueca. No le apetecía hablar los sábados por la mañana tan temprano. Siempre le dolía la cabeza.
Movió la cabeza, con evidente molestia y miró enfurecida el teléfono, como si tuviera la culpa de que su interlocutora se encontrase gritando como una energúmena.
- Sí, Lizzie, te estoy escuchando. Sí, Lizzie, tienes razón. Sí, estoy afirmando lo que estás diciendo -Anne puso los ojos en blanco, casi de forma inconsciente-. ¿Perdona? ¡Borde! No me extraña que no consigas sacarte un novio ni jugando a la ruleta rusa.
Chillidos aún mayores. Anne comienza a reír.
- Vale, vale, perdona, ¿eh? -cogió una gran taza humeante con la mano libre-. Prometo que lo haré. ¿Doble de chocolate con virutas de coco? Oh, vamos. De acuerdo. Vale. ¡Que sí, pesada! Adiós.
La morena movió la melena y tiró el pequeño aparato encima de la cama, con toda la energía que le fue posible. Apenas se hubo sentado en el alfeizar de la ventana y se encontraba tomándose su chocolate caliente, cuando el teléfono comenzó a sonar de nuevo.
- ¿Piensas seguir insultándome y comportándote como una maldita psicótica, o me veré obligada a llamar a la policía? -Anne resopló todas aquellas palabras como si estuviera cansada después de una larga hora corriendo por el parque.
- ¿Qué clase de amigas te gastas? -una voz masculina se escuchó al otro lado de la línea.
La susodicha se ruborizo ante la equivocación y murmuró un taco por lo bajo.
- Sabes que no me gusta que digas palabras malsonantes. -le recriminó la misma voz.
- Lo siento papá. -canturreó Anne-. ¿Cuál es tú intención al llamarme un sábado por la mañana? No pienso dejarte mis apuntes, Adam. Lo sabes, ¿verdad?
Un silenció inundó la línea y se notó como él escondía una sonrisa.
- Dijiste que pensabas ayudarme con Epistemología, y me indicaste que te llamase hoy, ¿lo recuerdas? -sonó con un deje de desdeño.
Fue como si acabasen de pegar a Anne con un gran martillo en el estómago.
- Oh, em, claro, por supuesto... ¿No creerás que se me había olvidado?- "Mierda, se me había olvidado completamente, joder!"-. Pero, antes tengo que pasarme por un sitio, ¿no te importa verdad? -su voz sonaba suplicante y eso hacía que se avergonzase- Nos vemos a las 12 en la biblioteca de la universidad.
Él hizo como que se tragaba aquella mentira. No quería enfadarla, por el momento.
- No quiero que vengas insultándome ni comportándote como una maldita psicótica, ¿vale? -Adam imitó su voz como un perfecto maestro. Su risa fresca se escuchaba a través de la conversación-. O me veré obligado a llamar a la policía.
- Estúpido. -contestó Anne, antes de colgar y meterse en la ducha, a toda prisa.
La música sonaba de fondo en su pequeño y hogareño piso del centro de la ciudad. Los rayos de la mañana acariciaron su pelo y su nueva sonrisa. El dolor de cabeza había desaparecido después de la última llamada.
"Estúpido, estúpido, estúpido."

15 de febrero de 2010

Recuérdame.

Por la mañana, Laura salió a caminar por la ciudad. En realidad se había levantado temprano y había permanecido en la cama horas y horas, observando el infinito con sus ojos vacíos; después una mínima parte de su zona racional le ordenó que se levantase si no quería convertirse en un vegetal olvidado en un cutre hostal.
Las calles se encontraban iluminadas por el sol radiante de la mañana. Aunque el frío era evidente, la gran estrella abrazaba a los transeúntes y les daba el calor que necesitaban para ruborizarse y sonreír. Pero parecía que no podía conseguirlo en Laura.
Siguió andando sin rumbo fijo durante un par de horas, volviendo a donde había comenzado y dando vueltas en un círculo vicioso e interminable.

De repente, levantó la vista, el tiempo justo para observar como su delgado cuerpo chocaba con una masa corporal parada en medio de la acera. Retumbó en el suelo y notó un ligero dolor en el hueso de la cadera. Aún así, no rechistó, ni lloró, ni gritó; se limpió los vaqueros, aún en el suelo, y se dispuso a levantarse cuando alguien le dio la mano.
La peli-rubia alzó la mirada y se sorprendió al reconocer el rostro. Sus frías mejillas se sonrojaron ligeramente y un ápice de sonrisa comenzó a temblar en sus labios. ¿Podría ser de verdad él?
- ¿Te has hecho daño? -preguntó el chico, evaluando el estado de la chica con los ojos.
- Sí, gracias. -consiguió agradecer ella.
- Es que estaba esperando a un amigo y no me había fijado que molestaba. Lo siento -una radiante sonrisa iluminó el rostro del apuesto joven-. Por cierto, soy Mark.
Una nube de decepción eclipsó la efímera alegría de Laura. Su rostro se volvió tenso y triste de nuevo. No era él. Se había equivocado de persona.
- Oh..., ah..., yo soy Laura. -apenas fue un susurro audible.
- Lo sé.
Ella levantó la mirada ante aquella respuesta y miró con casi pánico a aquel chico llamado Mark. Apenas consiguió que un débil 'qué' resbalase de sus rosados labios.
El chico comenzó a andar en la dirección contraria hacia la que se dirigía Laura, sin embargo, cuando pasó por el lado de ella, le rozó visiblemente el hombro y le susurró unas dulces palabras al oído:
- Recuérdame, por favor.

12 de febrero de 2010

Never again.



Laura no paraba de quebrarse la cabeza. Aún cuando, en todo el trayecto en autobús, avión y coche había intentando cerrar sus delicados ojos azules para perderse en lo que a ella le gustaba llamar su 'Mundo del Caos', no lo había conseguido.
Su repentino sentimiento de dejarlo todo atrás había podido con ella.
Una maleta. Un par de camisetas. Unos vaqueros viejos y desgastados. Sus zapatillas preferidas. Un libro de tapas duras. Y sus recuerdos.
No le había dicho nada a nadie. No se había despedido de sus amigos. No le había dado un beso de 'adiós' a su tan ocupado padre.
Y no le importaba en absoluto lo que con esta acción tan egoísta e inmadura pudiera comenzar.
No quería seguir allí, rodeada de presión, de falsas caras de alegría, de un cariño ganado con dinero, de tener que hacer las cosas según los modales inculcados desde su niñez.

Basta.

Se bajó de aquel taxi que olía a polvo y orina y le agradeció, con su respectivo dinero, el transporte. Se colocó el sombrero marrón que le había regalado su madre antes de morir y decidió caminar por Keninsington Street hasta que el sol de la mañana se escondiese y tuviese que buscar un sitio para dormir.
Pero eso ahora no le importaba.
Sólo quería vivir, respirar y sonreír, después de demasiados años sin hacerlo.
Aquí y ahora.

8 de febrero de 2010

Cierra la puerta al salir de mi vida.

Los rayos del sol la despertaron aquella fría mañana de domingo. Las sábanas de fina seda rozaban su cuerpo desnudo, produciéndole un escalofrío al primer contacto. Sabía que no estaba ahí, y su mente lo cercioró con aquella carta arrugada encima de la mesita.

Sus manos temblaban. Un pequeño terremoto en cada célula de su diminuto cuerpo.

Querida Anne:

¿Crees que esto es fácil para mí?

Después de la discusión que tuvimos anoche; después de tirarme aquellos cojines (los cuales odias) a la cara; después de chillar y llamarme estúpido por todo el piso; después de mirarme con los ojos cristalinos para después correr hacia mí y echarte en mis brazos, acurrucándote en mi pecho; después de hacer el amor contigo; después de observar como tus ojos se cerraban y tu respiración se hacía cada vez más lenta; después de verte dormir plácidamente.

Después de verte sonreír.

Los dos sabemos que tengo que irme, que no puedo hacer lo contrario, por mucho que chilles y digas que no, que soy egoísta y que solo pienso en mí mismo. Tampoco es fácil para mí dejarte entre las mantas deshechas de mi cama, con tu olor en cada rincón de mi alma, observando cómo tu tierna sonrisa evoluciona a una fogosa mirada.

Estoy triste, Anne, porque te necesito aquí conmigo. Observo a la gente corriendo de un lado para otro, a mi alrededor, pululando, como si su vida estuviera en una velocidad más apresurada y yo me encontrase en el botón de pausa. Me gustaría que estuvieras aquí, a mi lado, con las manos apretadas y un gesto de mal humor. Me mirarías y pestañearías varias veces para conseguir ser un poco más dura e infundirnos valor a ambos. Y, con ese simple movimiento, harías temblar todo mi mundo, el cual gira enteramente a tu alrededor, sin un solo detalle que se salve.

Porque me has calado muy hondo, Anne. Es por eso que tengo que decirte ‘adiós’. Llámame estúpido, llámame cobarde, pero yo siempre te llamaré amor.

Hasta nunca.

Adam.

Y entonces, Anne, comenzó a llorar. Como no lo había hecho en mucho tiempo.

29 de enero de 2010

Instead of a Hollywood horror II


Tiró de ella hasta sacarla del local, totalmente abarrotado. La gente se giraba molesta al notar los empujones que Alex iba propinando a todo aquel que se encontrase a su paso.
Ella, sin embargo, se dejaba llevar un poco. Lo seguía observando con el entreceño ligeramente fruncido y con una expresión de asombro que se había convertido en indeleble en su pequeño y fino rostro. Los
grandes ojos se encontraban clavados en su nuca y él podía notarlo, recibiendo como respuesta pequeñas descargas en todo el cuerpo.
Por fin fuera, ella se separó y ando un metro por delante de él, parándo y girándose con gesto molesto. Se abrazaba todo el cuerpo por el
frío envolvente. Pero su mirada lo seguía observando de manera desafiante.
- Elizabeth, deja de mirarme así, por favor. -se llevó las manos a la cabeza, en un gesto nervioso. Ella parecía notar su inquietud y evaluaba cada movimiento que hacía.
Pareció irritarse más aún al escuchar su nombre completo.
- Es
Lizzie -explicó, con una mueca de desagrado-. No 'Elizabeth'.
Él hizo un gesto con los hombros, dándole a entender que no le importaba, que eso era algo sin importancia.
- ¿Por qué me has traído aquí
fuera? -preguntó, con cierto enfasís en la última palabra.
- Pues, si tengo que serte sincero, no lo sé -se acercó unos metros a ella. Intentaba mantenerse tranquilo-. Estabas mirándome con esa cara de horror que no sabía que hacer.
Ella enarcó una ceja y su expresión se relajó un poco con este movimiento, pero tan sólo por unos segundos; enseguida volvió a su mirada fulminadora.
- ¿No me estarás siguiendo? -lo acusó, empuñando las palabras como si de una pistola se tratase-. Puedo
gritar. Corro mucho. Además, también sé un poco de defensa personal.
Alex comenzó a reír, echando la cabeza hacia atrás. Aquella situación absurda era promovida por unos infantiles pensamientos sobre su presencia allí.
- Deberían de darte un premio a la persona más
dramática y psicótica. -bromeó, aún alborotado por aquella, totalmente sorprendente, acusación.
- Pero es que parece que... -comenzó a hablar, acercándose a él y encarando su rostro con el suyo.
- Lizzie monta una escena, acto primero. -le susurró, para hacerle un poco de rabiar.
Le miró de tal forma que sintió escalofríos. Comenzó a andar calle abajo soltando improperios y pequeñas parrafadas sobre los hombres inmaduros que tenía que aguantar en este mundo de
'blablabá'.
- En serio, tranquila -la paró a tiempo, aunque se notaba que seguía enfadada-. No soy ningún psicópata y no te persigo.
Ella pareció aceptar eso como una disculpa y comenzaron a andar de nuevo hacia la discoteca. Él la vio tiritar y le prestó su
chaqueta. Aunque al principio parecía un poco reacia a ponérsela, se la terminó colocando. Era varias tallas mayor que la suya y se quedaba graciosa con ella puesta.
- ¿Qué se supone que somos, Alex? -preguntó, de repente.
- Somos conocidos que se crispan entre ellos y se dejan prendas de ropa cuando hace frío. -contestó, sin estar seguro de las palabras que acababa de decir. Ella pareció aceptar aquella respuesta y el
silencio volvió.

Al llegar a la entrada, se quedaron parados enfrente de la puerta. Cuando Alex se disponía a abrirla, Lizzie tiró de él y lo observó, con aquellos grandes y preciosos ojos suyos. Parecía un poco tímida.
- ¿Podemos quedarnos aquí fuera, por favor? -le preguntó.
El asintió y se sentaron en un banco de madera cercano. Ella parecía feliz y sonrió. Él hizo lo mismo, contagiado por la ternura infantil que la envolvía.
Estuvieron hablando varias horas. Sobre todo y sobre nada. Muchas veces se quedaban observando las estrellas y ella preguntaba su nombre para cerciorarse de que seguía allí.
Fue en esta noche estrellada y despejada cuando Alex se dió cuenta de que Lizzie era
realmente preciosa, y que corría el terrible peligro de enamorarse.

18 de enero de 2010

Instead of a Hollywood horror I


La fiesta parecía prolongarse más de lo que ella deseaba, aún cuando no había puesto demasiados impedimentos a sus amigas.
Sabía que se lo debía de otras veces que las había dejado tiradas y, al fin y al cabo, el cuerpo siempre pedía despejarse de vez en cuando, aunque la actitud de la mente tendiese a ser algo más solitaria.
El sitio estaba bien ambientado, la música era bastante buena y su amiga Samantha le había pedido una bebida que le ardía en la garganta, aunque el dulce sabor que regalaba a su paladar hacía que lo anterior no le importase lo más mínimo.
Aún así, sentía que le faltaba algo. ¿Nieve, quizás?
Lizzie no pudo reprimir una sonrisa ante el recuerdo de aquella extraña mañana de sábado; quizás una de las más extrambóticas de su vida. Había casi agredido a un joven dependiente y fumado un cigarro con un casi desconocido, denominado con el nombre de Alexandro. Alex para los amigos, suponía.

- En serio, Anne, no quiero que me presentes a nadie. -la voz suplicante de Lizzie resonaba por la estridente música, mientras era arrastrada por una de sus "queridas" compañeras.
- Son muy majos. ¡Vamos, mujer! -recriminó Samantha, moviendo su pelo al volver su cara hacia la rubia-. Deja de comportarte como una estrecha.
La aludida frunció el ceño antes de sentirse verdaderamente ofendida.
- ¿Perdona?
Antes de que pudiese escuchar la contestación de su amiga, la plantaron delante de dos chicos, cuyos rostros parecían algo macabros por la poca luz del lugar. Uno de ellos la observaba con los ojos brillantes, esperando, quizás a que fuesen formalmente presentados.
- Seth, ésta es Lizzie. -Anne levantó una mano y señaló a la rubia, la cual se encontraba un tanto cohibida por la situación.
El joven de los ojos brillantes se adelantó unos pasos y se pudo apreciar en su rostro, a la tenue luz de los focos brillantes, como una sonrisa algo grotesca se pintaba en su boca. Lizzie se sintió un poco desconfiada ante aquel alarde de socarronería, pero, aún así, se tragó sus prejuicios y le estrechó la mano.
Poco después le presentaron al otro chico de la derecha, cuyos ojos parecían tímidos ante la visión de las tres chicas. Su nombre era Adam y parecía menos arrogante que el anterior. Esto hizo que la rubia se relajara un poco y se sentara en una butaca alta que estaba cercana.
Estaba disfrutando de la música, por fin un poco más en su mundo, cuando observó como un chico de pelo castaño se acercaba deprisa, con un par de cervezas en sus manos grandes. Su aspecto informal le daba frescura y naturalidad, a la vez que su sonrisa mostraba sinceridad por doquier.
Lizzie no pudo evitar levantarse y tirar, con ello, su bolso.
El joven levantó la mirada al escuchar el estruendo y su rostro se quedo apenas inexpresivo.
- ¿Lizzie?
Las miradas de ambos se congelaron en aquel instante. Segundos y segundos.

Forever isn't long enough in the company of you

11 de enero de 2010

Nice to meet you II


Alex sopesó las ideas de tirar todo aquello y salir corriendo, sobre todo al haber presenciado la sentencia con la leche semidesnatada de aquella pequeña chica, pero algo en su mirada le llamó especialmente la atención. ¿Sería su pureza? ¿O quizás lo soberbia y segura que parecía?
No sabría describirlo con exactitud, pero le ofreció su ayuda y ella, aún un poco insegura, le señaló un pequeño coche
escarabajo, de un tono morado oscuro.
Ella abrió el maletero mientras se dirigía a la parte delantera del coche. Pensando que se volvía a casa, Alex se dirigió a la salida con su propia compra entre los brazos.
- Oye, perdona, ¿Alex?
Al escuchar aquello, el alulido se giró y observó a la nueva conocida, con un paquete de tabaco en una mano y un mechero en la otra. Le sonreía de forma divertida y un tanto siniestra a la vez.
- ¿Te apetece uno? -preguntó Lizzie, aún golpeando el suelo con sus desgastadas zapatillas.
El castaño asintió y se acercó a ella con un paso rápido, dejando la bolsa apoyada en el vehículo.
Aspiró la nicotina con ganas y expulsó el humo,
sonriendo y relajándose por primera vez en todo el día. La pequeña rubia, a su lado, intentaba formar ondas con el humo, como una niña pequeña.
- ¿Cómo sabías que fumaba? -preguntó él, soltando la ceniza y dejándola caer al suelo.
- Es fácil adivinarlo cuando ves que la otra persona lleva un mechero en el bolsillo. -susurró ella, aún concentrada en su pequeña hazaña.
- Podría utilizarlo para ligar, ¿no?
Por fin, consiguió la atención de Lizzie. Ésta enarcó una ceja y lo miró directamente a los ojos, escrutándolo con la mirada.
- No me hagas reír. -ella enmarcó una sonrisa irónica.
Terminaron sus cigarros en silencio, sin dirigirse apenas un par de palabras.
Aún así, Alex no necesitaba ese silencio para saber que aquella situación era extraña. ¿Desde cuándo se ponía a fumar con una total desconocida? Siempre había tenido la manía de fumar sólo. Sin que más que un par de amigos lo observasen.
Y ahora,
¿qué era diferente?

- Sé que no vamos a volver a vernos ni nada parecido pero, ¿quieres que te lleve a casa? -la dulce voz de la chica sonó sorprendida.
Alex se giró por segunda vez, también algo estupefacto.
La nieve comenzó a caer.
- Vivo cerca de aquí. -apenas masculló él.
Sabía que no era así, pero no quería molestarla.
La blanca textura comenzó a asentarse en lo alto de sus cabezas.
- Vamos, está nevando -insistió ella, poniendo los ojos en blanco-. ¿De verdad quieres morir congelado y dejar que esa comida se estropee?
- Lo haces por la comida, ¿verdad? -ironizó Alex.
- Por supuesto.
Finalmente, consiguió que éste se subiese al coche y, tras advertirle que se pusiera el cinturón y que tuviera cuidado con la tapa (del cajón donde guardaba los documentos) que se caía, se pusieron en camino.
Una música lenta inundaba el coche. Alex los reconoció, pero no quiso decirle, ya que su cara de concentración le robó una sonrisa.
- ¿Has visto? ¡
Nieva! -chilló ella, con un brillo en los ojos.
- ¿Te gusta la nieve?
- Mucho. -volvió a exclamar, esta vez con un tono más normal.
'
A mí también.' consiguió murmurar él, pero apenas fue audible. Seguía observándola a ella, a su sonrisa y al marco que los copos formaban.