27 de febrero de 2010

Por favor.

Hacía frío. Mucho frío.
¿Podría ser de la temperatura ambiental o, quizás, eran los grados a los que se encontraba su corazón?
No podía aguantarlo más.
Había huido, en busca de una nueva vida. En busca de algo que la motivase a continuar. Pero lo único que había conseguido era alejarse más aún de lo que quería.
¿Dónde se encontraba? ¿Qué hacía?
Laura no sabía contestar a aquellas preguntas.
Lo único que sabía hacer era temblar y llorar amargas lágrimas que quemaban su rostro marcado por el dolor.
Paró su caminata por la arena y se arrodilló, intentando esconder su rostro a la humanidad. Sus brazos se ceñían a su propio cuerpo. Las convulsiones volvían en intervalos cortos de tiempo.
"Ayuda" pensó, con la mirada perdida en el despejado cielo azul "Lo único que necesito es un poco de ayuda".
Una mano consoladora. Una sonrisa conciliadora. Un "Tranquila, Laura, ya pasó".

- Por favor, deja de llorar.
La rubia subió la mirada, anegada de lágrimas gruesas y cristalinas.
"¿Mark?"
- Cógete de mi mano. - ordenó él mientras se la extendió para ayudar a levantarse y le sonrió, de una forma limpia y dulce.
Laura obedeció y al levantarse, sus manos quedaron unidas. La susodicha no podía apartar su mirada de él y apenas podía emitir ningún sonido.
- ¿Ves? Sin llorar estás más guapa -Mark volvió a sonreír y la miro, esta vez, con tristeza en sus ojos-. Tranquila, Laura, ya pasó.
Laura se quedó con los ojos como platos. Boquiabierta. Una lágrima perdida recorrió su mejilla.
Se apoyó en su pecho y comenzó a llorar de nuevo.

"No te vayas. Por favor."
Por favor.

19 de febrero de 2010

Before the disaster.

- ¿Crees de verdad que no lo sé? -una risa sarcástica se escapó de su mueca. No le apetecía hablar los sábados por la mañana tan temprano. Siempre le dolía la cabeza.
Movió la cabeza, con evidente molestia y miró enfurecida el teléfono, como si tuviera la culpa de que su interlocutora se encontrase gritando como una energúmena.
- Sí, Lizzie, te estoy escuchando. Sí, Lizzie, tienes razón. Sí, estoy afirmando lo que estás diciendo -Anne puso los ojos en blanco, casi de forma inconsciente-. ¿Perdona? ¡Borde! No me extraña que no consigas sacarte un novio ni jugando a la ruleta rusa.
Chillidos aún mayores. Anne comienza a reír.
- Vale, vale, perdona, ¿eh? -cogió una gran taza humeante con la mano libre-. Prometo que lo haré. ¿Doble de chocolate con virutas de coco? Oh, vamos. De acuerdo. Vale. ¡Que sí, pesada! Adiós.
La morena movió la melena y tiró el pequeño aparato encima de la cama, con toda la energía que le fue posible. Apenas se hubo sentado en el alfeizar de la ventana y se encontraba tomándose su chocolate caliente, cuando el teléfono comenzó a sonar de nuevo.
- ¿Piensas seguir insultándome y comportándote como una maldita psicótica, o me veré obligada a llamar a la policía? -Anne resopló todas aquellas palabras como si estuviera cansada después de una larga hora corriendo por el parque.
- ¿Qué clase de amigas te gastas? -una voz masculina se escuchó al otro lado de la línea.
La susodicha se ruborizo ante la equivocación y murmuró un taco por lo bajo.
- Sabes que no me gusta que digas palabras malsonantes. -le recriminó la misma voz.
- Lo siento papá. -canturreó Anne-. ¿Cuál es tú intención al llamarme un sábado por la mañana? No pienso dejarte mis apuntes, Adam. Lo sabes, ¿verdad?
Un silenció inundó la línea y se notó como él escondía una sonrisa.
- Dijiste que pensabas ayudarme con Epistemología, y me indicaste que te llamase hoy, ¿lo recuerdas? -sonó con un deje de desdeño.
Fue como si acabasen de pegar a Anne con un gran martillo en el estómago.
- Oh, em, claro, por supuesto... ¿No creerás que se me había olvidado?- "Mierda, se me había olvidado completamente, joder!"-. Pero, antes tengo que pasarme por un sitio, ¿no te importa verdad? -su voz sonaba suplicante y eso hacía que se avergonzase- Nos vemos a las 12 en la biblioteca de la universidad.
Él hizo como que se tragaba aquella mentira. No quería enfadarla, por el momento.
- No quiero que vengas insultándome ni comportándote como una maldita psicótica, ¿vale? -Adam imitó su voz como un perfecto maestro. Su risa fresca se escuchaba a través de la conversación-. O me veré obligado a llamar a la policía.
- Estúpido. -contestó Anne, antes de colgar y meterse en la ducha, a toda prisa.
La música sonaba de fondo en su pequeño y hogareño piso del centro de la ciudad. Los rayos de la mañana acariciaron su pelo y su nueva sonrisa. El dolor de cabeza había desaparecido después de la última llamada.
"Estúpido, estúpido, estúpido."

15 de febrero de 2010

Recuérdame.

Por la mañana, Laura salió a caminar por la ciudad. En realidad se había levantado temprano y había permanecido en la cama horas y horas, observando el infinito con sus ojos vacíos; después una mínima parte de su zona racional le ordenó que se levantase si no quería convertirse en un vegetal olvidado en un cutre hostal.
Las calles se encontraban iluminadas por el sol radiante de la mañana. Aunque el frío era evidente, la gran estrella abrazaba a los transeúntes y les daba el calor que necesitaban para ruborizarse y sonreír. Pero parecía que no podía conseguirlo en Laura.
Siguió andando sin rumbo fijo durante un par de horas, volviendo a donde había comenzado y dando vueltas en un círculo vicioso e interminable.

De repente, levantó la vista, el tiempo justo para observar como su delgado cuerpo chocaba con una masa corporal parada en medio de la acera. Retumbó en el suelo y notó un ligero dolor en el hueso de la cadera. Aún así, no rechistó, ni lloró, ni gritó; se limpió los vaqueros, aún en el suelo, y se dispuso a levantarse cuando alguien le dio la mano.
La peli-rubia alzó la mirada y se sorprendió al reconocer el rostro. Sus frías mejillas se sonrojaron ligeramente y un ápice de sonrisa comenzó a temblar en sus labios. ¿Podría ser de verdad él?
- ¿Te has hecho daño? -preguntó el chico, evaluando el estado de la chica con los ojos.
- Sí, gracias. -consiguió agradecer ella.
- Es que estaba esperando a un amigo y no me había fijado que molestaba. Lo siento -una radiante sonrisa iluminó el rostro del apuesto joven-. Por cierto, soy Mark.
Una nube de decepción eclipsó la efímera alegría de Laura. Su rostro se volvió tenso y triste de nuevo. No era él. Se había equivocado de persona.
- Oh..., ah..., yo soy Laura. -apenas fue un susurro audible.
- Lo sé.
Ella levantó la mirada ante aquella respuesta y miró con casi pánico a aquel chico llamado Mark. Apenas consiguió que un débil 'qué' resbalase de sus rosados labios.
El chico comenzó a andar en la dirección contraria hacia la que se dirigía Laura, sin embargo, cuando pasó por el lado de ella, le rozó visiblemente el hombro y le susurró unas dulces palabras al oído:
- Recuérdame, por favor.

12 de febrero de 2010

Never again.



Laura no paraba de quebrarse la cabeza. Aún cuando, en todo el trayecto en autobús, avión y coche había intentando cerrar sus delicados ojos azules para perderse en lo que a ella le gustaba llamar su 'Mundo del Caos', no lo había conseguido.
Su repentino sentimiento de dejarlo todo atrás había podido con ella.
Una maleta. Un par de camisetas. Unos vaqueros viejos y desgastados. Sus zapatillas preferidas. Un libro de tapas duras. Y sus recuerdos.
No le había dicho nada a nadie. No se había despedido de sus amigos. No le había dado un beso de 'adiós' a su tan ocupado padre.
Y no le importaba en absoluto lo que con esta acción tan egoísta e inmadura pudiera comenzar.
No quería seguir allí, rodeada de presión, de falsas caras de alegría, de un cariño ganado con dinero, de tener que hacer las cosas según los modales inculcados desde su niñez.

Basta.

Se bajó de aquel taxi que olía a polvo y orina y le agradeció, con su respectivo dinero, el transporte. Se colocó el sombrero marrón que le había regalado su madre antes de morir y decidió caminar por Keninsington Street hasta que el sol de la mañana se escondiese y tuviese que buscar un sitio para dormir.
Pero eso ahora no le importaba.
Sólo quería vivir, respirar y sonreír, después de demasiados años sin hacerlo.
Aquí y ahora.

8 de febrero de 2010

Cierra la puerta al salir de mi vida.

Los rayos del sol la despertaron aquella fría mañana de domingo. Las sábanas de fina seda rozaban su cuerpo desnudo, produciéndole un escalofrío al primer contacto. Sabía que no estaba ahí, y su mente lo cercioró con aquella carta arrugada encima de la mesita.

Sus manos temblaban. Un pequeño terremoto en cada célula de su diminuto cuerpo.

Querida Anne:

¿Crees que esto es fácil para mí?

Después de la discusión que tuvimos anoche; después de tirarme aquellos cojines (los cuales odias) a la cara; después de chillar y llamarme estúpido por todo el piso; después de mirarme con los ojos cristalinos para después correr hacia mí y echarte en mis brazos, acurrucándote en mi pecho; después de hacer el amor contigo; después de observar como tus ojos se cerraban y tu respiración se hacía cada vez más lenta; después de verte dormir plácidamente.

Después de verte sonreír.

Los dos sabemos que tengo que irme, que no puedo hacer lo contrario, por mucho que chilles y digas que no, que soy egoísta y que solo pienso en mí mismo. Tampoco es fácil para mí dejarte entre las mantas deshechas de mi cama, con tu olor en cada rincón de mi alma, observando cómo tu tierna sonrisa evoluciona a una fogosa mirada.

Estoy triste, Anne, porque te necesito aquí conmigo. Observo a la gente corriendo de un lado para otro, a mi alrededor, pululando, como si su vida estuviera en una velocidad más apresurada y yo me encontrase en el botón de pausa. Me gustaría que estuvieras aquí, a mi lado, con las manos apretadas y un gesto de mal humor. Me mirarías y pestañearías varias veces para conseguir ser un poco más dura e infundirnos valor a ambos. Y, con ese simple movimiento, harías temblar todo mi mundo, el cual gira enteramente a tu alrededor, sin un solo detalle que se salve.

Porque me has calado muy hondo, Anne. Es por eso que tengo que decirte ‘adiós’. Llámame estúpido, llámame cobarde, pero yo siempre te llamaré amor.

Hasta nunca.

Adam.

Y entonces, Anne, comenzó a llorar. Como no lo había hecho en mucho tiempo.