27 de febrero de 2010
Por favor.
19 de febrero de 2010
Before the disaster.
15 de febrero de 2010
Recuérdame.
12 de febrero de 2010
Never again.
Laura no paraba de quebrarse la cabeza. Aún cuando, en todo el trayecto en autobús, avión y coche había intentando cerrar sus delicados ojos azules para perderse en lo que a ella le gustaba llamar su 'Mundo del Caos', no lo había conseguido.
Su repentino sentimiento de dejarlo todo atrás había podido con ella.
Una maleta. Un par de camisetas. Unos vaqueros viejos y desgastados. Sus zapatillas preferidas. Un libro de tapas duras. Y sus recuerdos.
No le había dicho nada a nadie. No se había despedido de sus amigos. No le había dado un beso de 'adiós' a su tan ocupado padre.
Y no le importaba en absoluto lo que con esta acción tan egoísta e inmadura pudiera comenzar.
No quería seguir allí, rodeada de presión, de falsas caras de alegría, de un cariño ganado con dinero, de tener que hacer las cosas según los modales inculcados desde su niñez.
Basta.
Se bajó de aquel taxi que olía a polvo y orina y le agradeció, con su respectivo dinero, el transporte. Se colocó el sombrero marrón que le había regalado su madre antes de morir y decidió caminar por Keninsington Street hasta que el sol de la mañana se escondiese y tuviese que buscar un sitio para dormir.
Pero eso ahora no le importaba.
Sólo quería vivir, respirar y sonreír, después de demasiados años sin hacerlo.
Aquí y ahora.
8 de febrero de 2010
Cierra la puerta al salir de mi vida.
Los rayos del sol la despertaron aquella fría mañana de domingo. Las sábanas de fina seda rozaban su cuerpo desnudo, produciéndole un escalofrío al primer contacto. Sabía que no estaba ahí, y su mente lo cercioró con aquella carta arrugada encima de la mesita.
Sus manos temblaban. Un pequeño terremoto en cada célula de su diminuto cuerpo.
Querida Anne:
¿Crees que esto es fácil para mí?
Después de la discusión que tuvimos anoche; después de tirarme aquellos cojines (los cuales odias) a la cara; después de chillar y llamarme estúpido por todo el piso; después de mirarme con los ojos cristalinos para después correr hacia mí y echarte en mis brazos, acurrucándote en mi pecho; después de hacer el amor contigo; después de observar como tus ojos se cerraban y tu respiración se hacía cada vez más lenta; después de verte dormir plácidamente.
Después de verte sonreír.
Los dos sabemos que tengo que irme, que no puedo hacer lo contrario, por mucho que chilles y digas que no, que soy egoísta y que solo pienso en mí mismo. Tampoco es fácil para mí dejarte entre las mantas deshechas de mi cama, con tu olor en cada rincón de mi alma, observando cómo tu tierna sonrisa evoluciona a una fogosa mirada.
Estoy triste, Anne, porque te necesito aquí conmigo. Observo a la gente corriendo de un lado para otro, a mi alrededor, pululando, como si su vida estuviera en una velocidad más apresurada y yo me encontrase en el botón de pausa. Me gustaría que estuvieras aquí, a mi lado, con las manos apretadas y un gesto de mal humor. Me mirarías y pestañearías varias veces para conseguir ser un poco más dura e infundirnos valor a ambos. Y, con ese simple movimiento, harías temblar todo mi mundo, el cual gira enteramente a tu alrededor, sin un solo detalle que se salve.
Porque me has calado muy hondo, Anne. Es por eso que tengo que decirte ‘adiós’. Llámame estúpido, llámame cobarde, pero yo siempre te llamaré amor.
Hasta nunca.
Adam.
Y entonces, Anne, comenzó a llorar. Como no lo había hecho en mucho tiempo.