6 de enero de 2010

Alex II


La única vez que recordaba haber llorado fue una, y por una causa que lo merecía.
Su novia Sally, con la que llevaba saliendo casi tres años, le había dejado por un californiano forrado; el cual la pasearía en su deportivo rojo para mostrarla como un estúpido premio ganado en la feria del pueblo.
Y Alex lo pasó mal; muy mal. Pensaba que el mundo se derrumbaba a su alrededor, mientras él se hacía cada vez más pequeño e insignificante, llegando a convertirse en una mota que nadie pudiera percibir. Pisado su corazón, su coraje, su humildad y toda su alma en sí, se irguió poco a poco.
Las largas noches en vela esperando que apareciera por la puerta, fueron sustituidas por un sueño ligero. Las cartas que pensaba mandarle pidiéndole que volviera se convirtieron en historias y composiciones mágicas. Aquellos pensamientos tormentosos cambiaron a unos un tanto más alegres.
Cambió. No volvió a ser el mismo que era antes.
No volvió a mostrar aquella chispa que siempre había iluminado a los demás.
Se apagó, como una bombilla de bajo consumo que se quema, revienta y jamás vuelve a lucir.

Aquellos recuerdos llamaron a la puerta de sus pensamientos, haciendo que se desconcentrase. Se encontraba atascado en su última novela, abandonado aún por las musas de su inspiración.
Aún dando vueltas por la habitación, decidió visitar el supermercado de la zona, y mientras ver si se le ocurría alguna buena idea.
No le gustaba demasiado andar, sobre todo por aquella abarrotada ciudad; aún así, después de quince minutos, llegó a pie a la tienda de comestibles. Tiró con demasiada fuerza su cigarrillo a medio fumar y lo pisó, espantando los fantasmas de su pasado.
Ahora, un poco más despejado, traspasó las puertas correderas.

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